El pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, el movimiento feminista salió a la calle para reivindicar la lucha de las mujeres contra el patriarcado, y las diferentes formas de violencia que ejerce sobre nosotras. Un día para la celebración y la reivindicación, porque sí, hemos avanzado, pero no, no hemos conseguido la igualdad.
Las discriminaciones y abusos por razones de género siguen presentes en múltiples aspectos de nuestro día a día. Debemos analizar siempre la realidad con una perspectiva interseccional, ya que hay muchas compañeras que sufren discriminaciones por más motivos que el género y son relegadas a lo más bajo de la jerarquía social.
Algunas de estas mujeres son las trabajadoras del hogar. Con motivo del 8M y a colación de la última sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), que confirmó la discriminación a estas profesionales en España, hoy vamos a poner el foco en los cuidados, en los cuidados invisibles. Lo que no se habla, no existe; así que hablemos de quién cuida.
Priorizar la vida, en lugar del beneficio económico
“Poner los cuidados en el centro de la vida”, seguro que has escuchado esta reclama alguna vez. Una de las principales demandas del movimiento feminista es la valoración y posicionamiento del trabajo de los cuidados como base de la sociedad. Pero, ¿entiendes bien a qué se hace referencia?
Es importante en este punto aclarar que este artículo solo contempla unas pinceladas de una problemática social inabarcable en unas líneas. El trabajo de los cuidados es la base del sistema socioeconómico actual, y su desvalorización e invisibilización supone una cuestión estructural.
Cuando hablamos de “cuidados” debemos entender que este término engloba el conjunto de actividades y recursos destinados a garantizar y preservar el bienestar básico de las personas. Los cuidados son garantía del respeto a los derechos humanos. Existe el trabajo de cuidados no remunerado y remunerado, pero ambos suelen estar circunscritos al ámbito doméstico y feminizados.
Cuidar de las personas enfermas, de las personas dependientes, de los niños y niñas, o realizar tareas del hogar, como puede ser limpiar, cocinar, hacer la compra, etc.; son tareas básicas, ineludibles e inherentes a la propia vida. Todas las personas necesitamos de estos cuidados básicos a lo largo de nuestra vida, hacia una misma y hacia los demás; y en el caso de las personas más vulnerables, estos se vuelven imprescindibles. Ahora bien, ¿quién cuida?
Manifestación del Día Internacional de la Mujer , 2022 en Murcia.
El trabajo de los cuidados se reparte desigualmente entre hombres y mujeres, recayendo la mayor parte en el lado femenino. Según un informe de Oxfam, a nivel global, las mujeres realizan más de tres cuartas partes del trabajo de cuidados no remunerado, y dos terceras partes del trabajo de cuidados remunerado. Esto se debe a las creencias patriarcales que históricamente han apartado a la mujer del mercado laboral, acotando nuestra existencia al hogar.
Las mujeres son educadas para hacerse cargo de estas tareas, como una especie de rol natural, que nos pertenece por nuestras “cualidades femeninas”. Ellos, sujetos beneficiarios; nosotras, proveedoras. Esta dinámica ha sustentado el sistema capitalista desde sus inicios. Sin embargo, circunstancias como el progresivo envejecimiento de la población y la incorporación de la mujer al mercado laboral han quebrado el obsoleto sistema de cuidados.
La solución a este nuevo paradigma se orienta hacia la externalización de estos servicios. Reformulo entonces la pregunta: ¿quiénes son las mujeres que cuidan? Aquellas cuya situación social les atribuye menos privilegios. Es decir, ya no es solo una cuestión de género, sino que entran en juego otros ejes de poder como la raza, la clase y el estatus migratorio. Las mujeres trabajadoras subcontratan a otras más precarizadas/precarias para delegar las tareas de cuidados, en vez de abogar por un reparto equitativo entre todos los miembros de la familia.
Cadenas globales de cuidados
Las mujeres más vulnerables asumen este trabajo, que por su naturaleza no precisa de capacitación profesional, sino de una disponibilidad constante, y en ocasiones indefinida, de tiempo.
Normalmente, son mujeres migrantes y eso da lugar a empleos precarios y mal pagados. Las denominadas “cadenas globales de cuidados” hacen referencia a esta realidad: la transferencia de los cuidados, primero de la unidad familiar a la mujer, y de esta a otra en una situación más desfavorable.
La invisibilización de este trabajo provoca que carezca de reconocimiento social, las personas lo damos por hecho y, sin embargo, sin estas profesionales el sistema colapsaría: mucha gente no podría salir a trabajar, estudiar o vivir porque, repito, las tareas de cuidados son esenciales para el funcionamiento y desarrollo de las comunidades y economías.
La precariedad como norma
La opción de contratar a otra mujer, generalmente migrante, resulta más económica que acudir a centros de día o residencias privadas, cuyos precios muchas veces no son viables para una familia de clase media. Esto es posible debido a las múltiples discriminaciones en materia de derechos laborales y derechos humanos que las trabajadoras sufren a diario. Según datos de la OIT, en nuestro país hay casi 400.000 empleadas del hogar afiliadas a la Seguridad Social, y estimadas otras 140.000 sin contrato.
Los altos índices de informalidad resultan en salarios por debajo del SMI para un 39,2% del sector. Asimismo, estas mujeres no tienen derecho a paro y están expuestas a una fórmula de despido libre/por desistimiento, sin necesidad de justificar el motivo.
Al tratarse de domicilios particulares, no se realizan Inspecciones de Trabajo que garanticen el cumplimiento de la ley. Por no hablar de las jornadas infinitas que alcanzan las 60 horas semanales o la condición de “interna” que suprime su intimidad o tiempo libre. Estas condiciones tan inhumanas sugieren una suerte de semiesclavitud.
El trabajo doméstico y de cuidados es una vía directa a la precariedad, y al mismo tiempo, la única salida para miles de mujeres. Sin olvidar que, al tratarse en muchas ocasiones de mujeres migrantes, están expuestas a estigmatizaciones como “ladronas”, “incultas”, “sin papeles”. Son mujeres pobres de dinero, de tiempo y de derechos.
Principales demandas: cuidar a las cuidadoras
Las asociaciones y colectivos apuntan a varios frentes. Por un lado, el desinterés y la ausencia de responsabilidad del Estado Español por mejorar sus condiciones. Los colectivos solicitan la intervención estatal en materia legislativa para garantizar su protección, mediante la ratificación del Convenio 189 de la OIT -que regula los derechos de las trabajadoras domésticas-, el reconocimiento del derecho a paro y la derogación de la Ley de Extranjería -que condena a la irregularidad a muchas mujeres durante tres años hasta conseguir los papeles, empujándolas a condiciones de trabajo abusivas-.
También, las organizaciones piden reforzar y apostar por un sistema público de centros de día y residencias públicas accesible y eficiente. Para, en palabras de Beatriz Gimeno: “Sacar los cuidados de la esfera privada y socializarlos''. De igual forma, apelan a los medios de comunicación como cómplices en la invisibilización de esta problemática: es necesario introducir esta cuestión en el debate público para valorar y posicionar los cuidados.
A modo de conclusión, quiero señalar la brecha de los cuidados, que pese a ser un derecho de todos, recaen principalmente en las mujeres, contribuyendo, en última instancia, a la desigualdad económica. Disociar la domesticidad de lo femenino y exigir la corresponsabilidad es la meta final; mientras que revalorizar los cuidados y, por consiguiente, blindar los derechos humanos y laborales de las trabajadoras domésticas, allana el camino.
Este artículo no pretende culpar a las mujeres que optan por estos servicios, ni mucho menos a las mujeres que los prestan. Esto es una crítica al sistema, a la ideología patriarcal hegemónica y, en todo caso, a las Administraciones Públicas.
Aunque, sobre todo el objetivo de este texto es una invitación a la reflexión. Si deseas ahondar en la dimensión ética del debate, te invito a leer este artículo de la periodista, Beatriz Gimeno.