Misterio en la noche (Relato invernal)

Era una noche serena de invierno, el aire fresco acariciaba cada rincón de la ciudad. Tom, un jugador de rol maduro de Boston, había estado inmerso en un mundo de fantasía toda su vida. Sin embargo, esta vez la realidad parecía haber desdibujado sus límites. En un parpadeo, se encontró en un jardín iluminado por la tenue luz de la luna: el Malecón. Confundido pero intrigado, comenzó a recorrer las calles misteriosas de Murcia. Se respiraba la tarde-noche.

El silencio casi nocturno parecía palpable mientras Tom se adentraba en el jardín. Las sombras danzaban a su alrededor, y los antiguos árboles parecían susurrar secretos del lugar en extrañas lenguas. Su corazón latía con la emoción de la situación, pero también con un leve sentido de desasosiego. ¿Cómo había llegado aquí? Siguió recorriendo la ciudad, sin parar de dar vueltas a la cabeza. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la majestuosidad de la Plaza de la Catedral que se alzaba ante él, imponente y llena de historia.

Mientras admiraba la catedral, un anciano se le acercó. Su rostro estaba surcado por arrugas que contaban historias de décadas vividas. “Esa catedral ha estado aquí durante siglos”, le dijo con voz pausada. “Cada piedra es testigo de las almas que han pasado por este lugar”. Tom escuchó embelesado, sintiendo que las palabras del anciano, que hablaba en español y chapurreando a su vez el inglés, lo transportaban a un tiempo lejano, donde caballeros y dragones podían haber habitado estas tierras, como reflejaban las cartas de los juego de rol.

Después de despedirse del anciano, Tom vagó hacia la Calle Platería. Y muchas más. Las luces tenues y los aromas de tapas recién hechas le recordaron un hogar lejos del hogar. Los bares ya estaban a punto de cerrar. A medida que el jugador avanzaba, el ambiente se tornó inquietante; la plaza Santo Domingo estaba desierta, solo iluminada por las farolas que luchaban contra la oscuridad. La noche avanzaba, ya era tarde, y Tom comprendió que no sabía cómo regresar. Se sentía perdido en este mundo extraño.

La ansiedad comenzó a apoderarse de él; necesitaba encontrar un emisario que pudiera guiarlo a su hogar. Con cada paso, sus pensamientos giraban en torno a cómo había llegado allí y cómo podría volver a su vida normal. Necesitaba el comodín del emisario. Urgentemente.

Justo cuando el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, Tom divisó una silueta familiar: un adolescente con una mochila al hombro (seguramente un estudiante de algún instituto) caminaba con paso decidido hacia él. El joven se detuvo y lo miró con curiosidad. “¿Eres tú el Emisario?”, le preguntó Tom con esperanza.

“Sí”, respondió el chico con una sonrisa traviesa. El chico lanzó los dados. “Sígueme”. Sin dudarlo, Tom lo siguió hasta un edificio de oficinas cercano. Los trabajadores aún no habían llegado, se olía un extraño perfume de normalidad y azufre. Subieron escaleras desgastadas por el tiempo hasta llegar a la azotea; el aire fresco les envolvía mientras contemplaban el amanecer.

“Ahora”, dijo el joven mientras señalaba hacia el cielo despejado, “necesitas concentrarte y desear regresar”.

Tom cerró los ojos y recordó los momentos vividos en Boston: sus amigos en el juego de rol, las sonrisas, los misterios y las aventuras imaginarias que habían llenado su vida. Un destello envolvió su cuerpo y sintió como si fuera absorbido por una corriente poderosa.

Al abrir los ojos nuevamente, se encontró en su habitación en Boston, rodeado por sus libros y dados de rol. Una sonrisa iluminó su rostro mientras comprendía que había sido solo un sueño o… Puede que otra cosa. Tom sabía que siempre llevaría consigo la historia del anciano y las calles vacías de Murcia, recordándole que cada aventura comienza con un solo paso hacia lo desconocido, un solo paso mágico, cuando menos lo esperas.

FIN