La belleza es arte. Disfruten de ella. En diciembre, la torre de la catedral se alza entrañable y fastuosa cobijándonos del frío, nunca demasiado. A veces, la deseada lluvia empaña las luces festivas. Las calles siempre acogedoras, de gran ciudad amable, de tierra nueva y eterna.
Duendes, enanos y disfraces para niños mientras sobrevuelo una onírica Gran Vía con aroma a humo y a fecha mágica. El niño que fui y seré recorre las callejuelas ilusionado. Salzillo me persigue para capturarme en estatua de sal, mientras el hombre de las castañas también sale a mi paso intentando detener mi carrera. Notas de música danzan solas, como si estuvieran enajenadas esperando la carta de regalos.
Santo Domingo helado y cálido. La belleza de la ciudad atrapa al niño que fui. Al niño que soy. Mañana, como hoy, podré viajar al pasado, viajar al futuro. Es lo especial de este momento. Ese inequívoco y perenne sabor dulzón que te transforma por dentro.
Miro el escaparate y me devuelve el reflejo de una cara que es múltiples caras. Múltiples espíritus y un establo perdido. Perdido en un paraíso de piedra, huerta y sueños. Sigo deambulando entre suspiros, ansias y espíritus. Así… un año más.
La belleza es arte. Disfruten de ella.