Los patos que navegan en Murcia, por el escaso, pero victorioso Segura, ahora son woke. Mantienen un silencio sostenible y no poseen ironía alguna en el pico.
Un loro con plumaje de algodón de azúcar que canta flamenco seguramente es absurdo. O un enano con tres ojos y manos de purpurina. Como la corrección política lo es. El loro profiere palabras inconexas: curvy, marica, cuerpo normativo, negro… ¿Qué ofende y qué no? O, mejor… ¿Qué juez de mente caliente y sangre fría decide qué nos debe indignar y qué no? Si hablamos, dañamos. Si callamos…nos dañamos. Un lenguaje que da vueltas sobre la nada o sobre algo creado artificialmente que apenas existe. Un lenguaje que no lleva a ninguna parte. Un castillo de cristal.
Yo soy aquel. No…Soy elle. Debemos ser no normativos porque así lo imponen normas. La espontaneidad quedó congelada en algún rincón, en un desierto de hielo.
—¡Sufre, mamón!
—¡Calla, loro maldito! Esto…Lorito.
¿Cómo hablamos? ¿Cómo pensamos? ¿Cómo sentimos? Autómatas del ridículo.
No sé qué más decir. ¿Cierro el pico? ¿Molesto? ¿No era más fácil cuando no nos ofendíamos?
Y eso.
Juan Francisco Marín