“(…) les damos toda aquella placa et todo aquel logar a que los moros solien dezir Axerca, et despues quando fue poblado de christianos llamaron Murcia la Nueua, que la ayan asi como lo çerca el rio todo enderredor de la vna parte et el muro del alcacar et de la villa de la otra, desde las acennas que son çerca del alcacar assi como va fasta en aquel logar do se allega el rio al muro, entre la puerta de Sancta Olalia et la puerta de Oriuela (...)”
Este privilegio rodado, firmado por Alfonso X de Castilla en 1277, en el que se describe la donación de una serie de terrenos del rey al monasterio cisterciense de Santa María la Real, es una de las primeras descripciones en las que se mencionan los límites físicos de ese primer asentamiento cristiano de Murcia, ubicado en la zona que para los musulmanes era conocida como ‘Axerca’ (el Oriente), justo donde hoy se encuentra el popular barrio de San Juan.
El rey Alfonso X de Castilla, apodado “El Sabio”, en una de sus representaciones más conocidas, perteneciente al Libro de juegos.
La debilidad de Al Andalus se hizo claramente palpable tras la derrota almohade frente a la liga cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. A partir de ahí, fueron cayendo Extremadura (1229-30), Córdoba (1236), Valencia (1238), Murcia (1243), Jaén (1246), Sevilla (1248), Jerez de la Frontera (1249), y Cádiz (1265), entre otras.
En abril de 1243 se firma un tratado de vasallaje en Alcaraz entre el infante Alfonso, futuro Alfonso X, en calidad de representante del rey Fernando III ‘el Santo’ por parte de la corona de Castilla, y varios representantes de linajes señoriales islámicos del territorio murciano.
La Taifa de Murcia pasaba a ser un protectorado de la corona de Castilla, la cual se disponía a ocupar las principales fortalezas del territorio, y a recaudar una parte de los impuestos. A cambio, se respetaba la propiedad de las tierras, costumbres y religión de la población musulmana, así como la administración, justicia, y autoridad de los dirigentes islámicos.
En el caso de la capital, el Alcázar Mayor pasaba a ser ocupado por los castellanos, mientras que la medina y el arrabal de la Arrixaca, ambos amurallados, permanecerían en manos de los musulmanes. Desde el primer momento, el campamento militar cristiano se instaló en los terrenos encajados entre el meandro del río Segura conocido como ‘de la Condomina’, hoy desaparecido, y la muralla de la ciudad, en el tramo comprendido entre el alcázar y la puerta de Santa Eulalia, es decir, los límites del barrio de San Juan.
Plano esquemático de la Murcia del siglo XIII sobre fotografía aérea de la ciudad en 2022. Entre el meandro de la Condomina (hoy desaparecido) y la zona sur de la muralla, junto al alcázar Mayor, se asentó el primer campamento cristiano tras la conquista. Imagen de elaboración propia.
Los cristianos lo llamaron Murcia ‘la Nueva’. En 1248, apenas cinco años después de la firma del pacto, aquí ya se ubicaba una iglesia, la de ‘San Juan del Real’, probablemente la primera iglesia de Murcia junto con la capilla del Alcázar (la que es origen, por cierto, del actual templo de San Juan de Dios), que ese año es concedida a los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalem.
Es en el año 1257 cuando podemos afirmar que ya existía un concejo como tal, es decir, una institución de gobierno municipal plenamente establecida, germen del actual ayuntamiento, encargada de administrar y dirigir la vida de los cristianos asentados en ‘la nueva Murcia’.
Los continuos incumplimientos del tratado por parte de los castellanos, quienes comienzan a realizar repartos, compras y asentamientos en propiedades ubicadas en zonas pactadamente musulmanas, hace que, auspiciados por el rey nazarí de Granada, Ibn al-Ahmar, los mudéjares murcianos se levanten contra la corona de Castilla en 1264. La revuelta será sofocada por las tropas aragonesas de Jaime I ‘el Conquistador’, quien entra en Murcia en 1266, manteniendo el poder sobre la ciudad durante solo unos pocos meses, antes de devolverla a su yerno Alfonso X de Castilla.
Entrada de Jaime I en Murcia, 1876, Mauricio Federico Ramos. En este cuadro se representa la entrada del rey aragonés a Murcia en 1266, después de que las autoridades musulmanas capitularan, tras las revueltas. Fotografía extraída de www.rcmagazine.es.
Esta conquista definitiva cambiará la fisionomía urbana y distribución poblacional de Murcia, y por ende, la del barrio de San Juan, ya que los cristianos se mudarán desde aquel campamento fundacional extramuros, hasta el interior de la medina amurallada, compartiéndola con los musulmanes en un primer momento, y finalmente de manera exclusiva, tras expulsarlos al arrabal de la Arrixaca poco tiempo después.
Se produjo entonces una relativa despoblación de la zona, aunque no llegará a quedar abandonada del todo, ya que hay noticias documentales sobre la iglesia a finales del siglo XIII. No se conocen muchas más referencias sobre el barrio y su parroquia hasta mediados del siglo XVI. Debemos imaginar un arrabal desmurallado, con edificaciones más o menos estables rodeadas de amplias zonas de cultivo, ubicado en unos terrenos a merced de los continuos desbordamientos del impetuoso Segura.
El meandro de la Condomina se terminará de disecar por completo entre el siglo XVI y XVII, momento en el que el límite oriental del barrio desaparecerá. Será con esta medida, sumada a las numerosas obras públicas de contención de las avenidas acontecidas durante el próspero siglo XVIII, cuando el asentamiento urbano del barrio se pueda desarrollar de manera definitiva.
Plaza de San Juan, con su iglesia parroquial al fondo. Concluida a finales del siglo XVIII en un academista estilo neoclásico en ella se encuentra el panteón de la familia Moñino, por orden y deseo del Conde de Floridablanca. La iglesia, su plaza delantera y el palacio del Conde, hoy conocido como ‘Arco de San Juan’, forman conjunto urbanístico neoclásico. Fotografía propia.
A finales de este mismo siglo será cuando la iglesia que hasta ese momento se había denominado San Juan del Real, cambie su nombre tras su reconstrucción, pasando a dedicarse a San Juan Bautista. Lo hizo por la devoción que profesaba a este santo el famoso Conde de Floridablanca, don José Moñino y Redondo, ya que fue él el principal impulsor de la reconstrucción del templo, junto al cual construyó su gran palacio neoclásico, hoy conocido como ‘Arco de San Juan’ por los murcianos.
Desde su origen como zona oriental de cultivo a la sombra del imponente alcázar islámico, pasando por primer asentamiento y parroquia cristiana tras la conquista castellano-aragonesa, este fue el lugar elegido por uno de los más ilustres murcianos de la historia para su retiro. Con sus más de cinco mil vecinos, San Juan es hoy uno de los más señeros barrios de la ciudad.
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