Japón ha anunciado que reanudará la caza de ballenas en julio de 2019.
Las ballenas son animales fascinantes; no sólo por su tamaño, que las convierte en uno de los seres vivos más grandes del mundo, sino también por sus características, como la respiración consciente, que recuerda su origen terrestre.
Sin embargo, los cetáceos siempre han sido víctimas de la caza -esencialmente de petróleo y carne- que a mediados del siglo XX los llevó casi a la extinción. En 1946 se creó la Comisión Ballenera Internacional (CBI) para prevenir este riesgo, con el objetivo de promover y regular el desarrollo coordinado de la industria ballenera.
Sin embargo, en diciembre pasado Japón – uno de sus principales miembros – anunció su retirada de la CBI y su intención de reanudar la caza comercial de cetáceos.
El portavoz del gobierno japonés Yoshihide Suga explicó que su país «utiliza las ballenas no sólo como fuente de proteínas, sino también para una variedad de propósitos diferentes». Según diversos datos científicos, hay evidencia de una renovada abundancia en la población de ciertas especies de cetáceos; por lo tanto, en septiembre de 2018 el gobierno japonés consideró que «el punto de vista de un uso sostenible de las ballenas era incompatible con los términos de su protección. Esta afirmación equivale a argumentar que si queremos reanudar la caza de ballenas -pero de una manera «sostenible»- el país ya no puede pertenecer a un organismo que los proteja, bajo pena de coherencia entre las proclamaciones y las acciones.
El anuncio de su retirada de la CBI no tardó en llegar, y en la misma ocasión el gobierno japonés especificó que la caza se limitaría a las aguas territoriales nacionales y a la zona económica exclusiva, sin llegar a las aguas de la Antártida o del Hemisferio Sur, y en cualquier caso de acuerdo con el derecho internacional.
En un momento en que el medio ambiente nos pide a gritos más respeto, los seres humanos parecen no ser capaces de posponer sus intereses económicos.