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Lo que no te contó Carrie Bradshaw - El 'fast fashion' y cómo afecta al medioambiente

María Sánchez LozoyaMaría Sánchez Lozoya - 18 de Abril, 2023
Lo que no te contó Carrie Bradshaw - El 'fast fashion' y cómo afecta al medioambiente
Las palabras “producción masiva” podría dejar entrever cierta connotación negativa o perjudicial en todo este proceso dentro del ámbito medioambiental. Y lo cierto es que así es, pero la problemática va mucho más allá

Hace algunos días Marta Ortega, hija de Amancio Ortega y actual presidenta del grupo empresarial Inditex, concedió una entrevista al periódico de origen británico “Financial Times” en la cual afirmaba: "No nos reconocemos en lo que llaman fast fashion". Este fue un titular cuanto menos curioso que seguramente también le aseguró varios clicks al medio que llevó a cabo la entrevista, sin tener en cuenta que solo con la actividad de Zara generan más de 450 millones de prendas al año.

¿Qué es el fast fashion y cómo afecta al medioambiente?

Esta predisposición que han adquirido ciertas empresas, y que se podría traducir como “moda rápida”, hace referencia a la producción masiva de prendas de ropa por parte de algunos sectores de la industria de la moda, con el objetivo de poder satisfacer las demandas de los clientes, adaptándose de manera más eficaz a las nuevas tendencias.

Esta es una definición que solo con las palabras “producción masiva” podría dejar entrever cierta connotación negativa o perjudicial en todo este proceso dentro del ámbito medioambiental. Y lo cierto es que así es, pero la problemática va mucho más allá. Por un lado, como ya hemos dicho, el daño al medio ambiente es innegable ya que el consumo de agua por parte de estas empresas deja a ciertas áreas de población sin ningún tipo de acceso a este recurso, y es que una sola camiseta de algodón requiere 2700 litros de agua.

Y en el caso de que corran con “la suerte” de no quedarse sin recursos hídricos, también sufren el riesgo de consumir agua contaminada a través de las toxinas que deposita el fast fashion en los diferentes ríos, mares o lagos. De hecho, uno de los elementos más famosos, el colorante, ha sido protagonista en más de una ocasión por teñir de algún color en particular estos espacios naturales, convirtiéndose en un ícono dentro de la lucha medioambiental.

Por otro lado, la organización sin ánimo de lucro Global Fashion Agenda no pierde oportunidad en recalcar la gran cantidad de emisiones que emite el fast fashion, y es que esta industria supone un 10% de este tipo de contaminación a nivel global.

De la misma manera, Global Fashion Agenda recuerda que el tiempo se está acabando, y que si no hay cambios reales y urgentes en la forma de actuar de estas empresas no se alcanzarán muchos de los objetivos declarados en el Acuerdo de París. Esto último, aunque puede sonar a un intento más por parte de las instituciones para aparentar que hacen algo en la lucha contra el cambio climático, la realidad es que este acuerdo tiene como eje central el no superar los 1,5ºC para finales de este mismo siglo.

Podríamos seguir hablando de las consecuencias medioambientales del fast fashion pero el artículo no tendría fin, así que esa tarea mejor se la dejamos a Greenpeace.

Otra de sus consecuencias …

Otro de los factores que caracteriza este tipo de producción dentro de la industria textil es la explotación laboral, en su gran mayoría llevada a cabo en países con bajos recursos. Es más, el hecho de que empresas como Inditex o Shein hayan encontrado su propia gallina de los huevos de oro dentro del fast fashion, pasa por la producción en masa a bajo costo que le permiten ejercer ciertos gobiernos en sus propios países con esta mano de obra barata.

Una investigación llevada a cabo por la fundación Public Eye, revelaba lo siguiente: los trabajadores del gigante asiático Shein trabajan 11 o 12 horas diarias, llegando a las 75 semanales. Además de tener solo un día libre al mes, todas estas condiciones quebrantan la ley laboral en China, pero a su gobierno no parece importarle. Al cobrar por prenda producida, los trabajadores se ven en la obligación de crearlas masivamente para poder sobrevivir, y como consecuencia, en 2022 se estimaron unas 80 mil millones de prendas realizadas por esta empresa.

Pero la tienda de ropa online china no ha sido la única participante dentro de esta tendencia, y es que en 2021 el periódico británico “The Guardian” descubría que ciertas marcas de ropa occidentales como H&M, Nike o Zara, estaban permitiendo que sus proveedores en India no pagasen el salario mínimo de 55€ al mes a sus trabajadores.

De hecho, una de las trabajadoras dió estas declaraciones al medio ya citado: “Si hubiéramos obtenido el aumento salarial el año pasado, podríamos haber comido verduras al menos algunas veces al mes. A lo largo de este año, solo he alimentado a mi familia con arroz ... Intenté hablar con los que llevan la administración de la fábrica, pero me dijeron: ‘Esto es lo que pagamos por trabajar aquí. Si no te gusta, puedes irte”

Retomando la simbólica cifra de los 55€ mínimos al mes que algunas marcas rehúsan a pagar a sus trabajadores, impacta mucho más cuando descubrimos las ganancias que algunas de estas firmas consiguen anualmente gracias al fast fashion: Nike cerró el año 2022 con 46.710 millones de dólares; H&M alcanzó en ese mismo año 336 millones de euros; e Inditex consiguió este año pasado 32.570 millones de euros. Frente a esas cifras, ¿Dónde quedan esos 55€ euros mensuales?

¿Qué soluciones nos quedan?

Hay mucha gente que defiende este tipo de prácticas alegando que, para que la clase obrera occidental pueda tener acceso a un mayor catálogo de prendas a un precio razonable, es necesario que la clase obrera en la otra punta del mundo sea explotada y subyugada.

Desde mi punto de vista, esta creencia pasa por una mala interpretación de la llamada “democratización de la moda”. Este concepto se puede definir como la idea de que la industria de la moda y todos sus productos, deben estar al alcance de un público más amplio sin importar género, edad, talla… o nivel socioeconómico. Y es en este último punto, donde las marcas se han defendido para apoyarse en técnicas laborables tan poco éticas en países en vías de desarrollo.

Un ejemplo: la famosa camiseta que sacó Stradivarius en 2017, y que vendió miles de ejemplares alrededor del mundo que decía: “Everybody should be feminist”. Este se vendió como un paso totalmente revolucionario por parte de esta marca por dos principales razones: para empezar, se estaba posicionando sobre un tema que podría resultar polémico, y segundo, estaba difundiendo un mensaje social en una prenda de ropa accesible económicamente para casi todo el mundo. Pero la realidad es que, le hace un flaco favor al movimiento feminista el hecho de que esa camiseta que ha empoderado a una niña de clase obrera en Occidente, haya sido fabricada por las manos de otra niña en Oriente.

De una forma o de otra, tampoco creo que la solución resida en hacer sentir mal a aquellas personas que consuman fast fashion, ya que el engranaje social está diseñado para que así sea y muchas veces resulta complicado apartarse de él. Por otro lado, creo que también sería útil que empezáramos a valorar otras formas de adquirir prendas, como puede ser la moda de segunda mano, o también podríamos acostumbrarnos a no desechar ropa tan a la ligera, e intentar darle una segunda oportunidad.

De hecho, no tienes que ir muy lejos, en Murcia hay algunas tiendas de ropa de segunda mano que podrían ayudarte a ir cambiando ciertos hábitos a la hora de consumir: El desván de Ada en P.º Marqués de Corvera, 1, Bazar El Rollo en C. Paloma o Proyecto Abraham en C/ Puerta Nueva, 15.

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