Mi historia de amor a Jesús Quintero empezó con una pregunta ¿Te atreverías a presentar “Ser Murcia Madrugada”? Corría 1986. Yo tenía 20 años, estudiaba Magisterio y llevaba unos meses trabajando en Los 40 Principales.
La propuesta partió del por entonces director de Radio Murcia y la depositaria fue una servidora, claro. Y el depósito, una madrugada en una pecera, sola ante el micrófono.
El programa era una emisión en cadena para las emisoras de la SER en la Comunidad de Murcia y otras de regiones colindantes. Algo de música, algo de reportaje, algo de entrevistas… Entretenimiento para las largas noches de oficios nocturnos. Como los panaderos, a los que siempre agradecí su pan recién hecho con aceite y sal. Un manjar sencillo y lleno de recuerdos para ese espacio tan íntimo que es la madrugada.
El programa en cuestión sucedía a uno en nacional, “El loco de la colina” se llamaba. Y como los Beatles, dios me perdone, no formaban parte de mis apetencias musicales por aquel entonces, ni siquiera interpreté el título. Era una radio íntima. Más que eso. Era susurradora.
He de confesar que a veces ni me enteraba de lo que estaba diciendo ese loco a quien llamaban también Jesús Quintero. Pero sabía cómo lo decía. Lo decía como si estuviera a mi lado mientras preparaba mi propio programa. Lo decía como predicando una buena nueva, la que anuncia que ha nacido una estrella.
Su programa acababa -entonces no sabía aún que empezaba igual- con una música que, de la misma manera que Quintero, subía a la colina y bajaba al silencio, creando una tensión que invitaba a la confesión. Y como los Pink Floyd, dios me perdone, no formaban parte de mis apetencias musicales por aquel entonces, ni siquiera interpreté el título.
Aquella etapa terminó y en mi panteón particular quedaron The Beatles, Pink Floyd y Jesús Quintero. A unos los seguí escuchando y al otro, al otro, lo vi y lo escuché en diferentes programas que eran como el viaje de la nave de los locos, pero donde el rumbo no era el esperpento sino la búsqueda del porqué. Y lo hacía Quintero a base de silencios, dando con ellos sentido a la conversación y creando así una gran paradoja: Si no tienes preguntas obtienes muchas respuestas.
Maestro Quintero. Ojalá estuvieras aquí
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